tierra quemada
El pasado jueves por la mañana quedé con Elisabet, sin saber muy bien a qué se dedicaba ni qué terapia practicaba. Básicamente, me dejé llevar por la intuición y por la recomendación de mi hermana, Elena. Es que, últimamente, reconozco que estoy en modo “acto de fe” y no me cuestiono nada. Ha sido quedarme sin trabajo a los 51 años y reconocer que he llegado a ese momento de mi vida en que ya no me compensa luchar. Simplemente, he dejado de resistirme a creer en un ser superior, o si lo preferís llamar, energía universal, conciencia cósmica o Dios.
Sí, creo en que hay algo que me mueve, que está dentro de mí, algo que puedo identificar como mi alma y, no solo eso, en algo superior a mi alma. A ver, no me voy a poner excesivamente filosófica, ni tampoco es el momento de ponerme a describir definiciones ni significados de lo que es el alma. Todos sabemos de lo que estoy hablando, creamos o no creamos. Porque todos los que estáis leyendo esto, estáis respirando y ese aliento o respiración que inspiráis e expiráis, eso es el alma. El día que dejes de respirar, tu aliento desaparecerá, tu cuerpo se descompondrá y tu alma trasmutará.
Bueno, menos mal que no me iba a poner metafísica.
Pues eso, mi hermana Elena me recomendó que concertara una sesión con Elisabet. Alma joven y vivaracha, con una chispa en la mirada capaz de encender las voluntades más escépticas y socavadas. Elisabet, solo con la imposición de sus manos, me llevó a recorrer otros mundos sin moverme de la camilla. ¿Qué pasó?, pues que la magia volvió a mi vida.
¿Os acordáis cuando erais niños? Yo os confieso que no lo recordaba. He vivido años de espalda a mi niñez. No quería recordar nada, ya que lo poco que recordaba me dolía o me provocaba recurrentes pensamientos negativos. Ya sabéis, el mono loco que quiere dirigir la mente.
Volviendo al jueves; la consulta estaba a la vuelta de la esquina del parque de la Ciudadela. Hacía años que no caminaba por allí. Y, por supuesto, no recordaba el olor a caca de animal que inunda tus fosas nasales cuando te acercas al Zoo. ¡Es increíble el poder de los sentidos! Pue eso, que fue sentir el olor a estiércol que inundaba el ambiente y recordar una excursión del cole al Zoo que hicimos en 6º de E.G.B.. ¿Os debéis de estar extrañando?¿A dónde nos quiere llevar Betty?
Os quiero llevar a vuestro interior.
Sí, el jueves desbloqueé mi memoria. Esa fue la magia. Desde mi ojos ingenuos de niña exploradora, aquella excursión al zoológico me invitó a descubrir como otros seres habitaban la tierra enjaulados. Claro que había visto animales de granja, documentales en La 2, y había leído los manuales de geografía e historia. Pero en aquella visita, en mi misma ciudad, pude comprobar cómo vivían los monos, los mandriles, las cebras, las jirafas, las serpientes y los leones. El olor de estiércol me hizo acordarme de Copito de nieve, el gorila albino que aplastaba boñigas de mierda contra el cristal que separaba su celda de los cientos de espectadores que acudían a ver aquella mierda de espectáculo.
Magia, estiércol, olores y fuego. Algo se me incendió por dentro.
Ardían las palabras. Se desbloqueó el recuerdo.
Tierra quemada.
Abrir los ojos.
Volver a escribir, como cuando era adolescente. Con rabia, sin ira. Con desconsuelo, por amor…
Siempre, por amor.
De repente, el pasado era como el humo de una hoguera. Ese humo que, a veces, me ahogaba y otras me cegaba. Ese humo que enturbiaba la mente. Mi pasado era solo un humo denso, negro y aciago. No había nada más que hacer. Simplemente, no volver más la vista atrás. Imponer las manos y ventilar.
De repente, el momento es lo que cuenta.
Los puntos se unen.
La niñez que fue. La adultez que es.
Del miedo, la soledad, la cobardía y la vergüenza. Al coraje, la soledad, el desapego y el amor incondicional.
Y el mañana, Dios, dirá.
Y, además, si quieres conectar con:
Elisabet Garcia
Terapeuta manual. Imposición de manos. Shamballa.
@tirapias_elisabet